De Carlos Arniches dicen las enciclopedias que hizo “comedias ágiles y divertidas”. Arniches tuvo un éxito sensacional con su teatro, escribió decenas de obras, y ahora se le sigue representando en medio del generalizado favor del público. En 1917 estrenó ‘La venganza de la Petra’, que ahora ha recuperado la Compañía Lírica Ibérica, con gracia, arte y acierto, se ha representado en el Teatro Amaya de Madrid, y actualmente está de gira. Manolo, personaje interpretado por Luis Ángel Gago, es un joven machista, vago, iletrado y chulito, que se casa con la hermosa Petra -Carla Postigo-, “pero no le da la exclusividad”, de modo que cuando su mujer le pregunta que dónde ha pasado la noche, porque no ha aparecido por casa, el tipo responde que “donde me ha convenío”. Y Petra tiene la certeza de que ha sido en compañía de una frivolona apodada ‘La Percebe’. Porque Manolo considera que Petra simplemente es “casi una mujer”. Y ella se lamenta ante sus padres: “Dice Manolo que lo único que sé freír es freírle la sangre”.
De modo que Nicomedes, el padre de la chica, personaje interpretado por un colosal José Luis Gago, decide urdir una venganza fundamentada en donde las dan las toman. Y Petra simulará haber entrado abiertamente en el universo del coqueteo extraconyugal y se ausenta sospechosamente cada día durante muchas horas de casa, y esa casa se llena de olor a tabaco, que deja allí, con las correspondientes colillas, Nicanora, madre de la chica, no sin reprimirse de exclamar: “Parece mentira que haya mujeres que fumen de buena fe”. Natalia Jara -Nicanora- es una sensacional actriz que puede bordar un Arniches o dirigir obras de teatro infantil. Y ahí están esos personajes de perfil zarzuelero que son reflejo de las costumbres de una época. José Luis Gago, también director de la función, ha conectado la obra con las comedias de enredo de los clásicos, de modo que esa casa del Madrid/madriles arnichesco tiene algo de la ‘Casa con dos puertas mala es de guardar’, de Calderón. Y, sobre todo, José Luis Gago ha abordado la obra desde un respeto absoluto al texto de Arniches: en la letra, en el vestuario y en la forma. Y logra que los personajes estén vivos. Supone un gozo ver cómo el crápula Manolo entiende que vivir es claudicar. Y comprobar, una vez más, el feminismo latente en esta pieza, como en ‘Es mi hombre’, o como en otras de este autor del 98, Carlos Arniches, que fue un grande, nunca un dramaturgo más.
