'Que nadie se mueva’, de Jon Plazaola, es una comedia teatral llena de inteligencia, con diálogos imaginativos, situaciones insólitas, momentos inesperados, excelentes intérpretes y con el indiscutible pero no único objetivo de provocar la risa del público, porque el subsuelo de la obra está cargado de dinamita. Entre las risas y el placer que provoca el trabajo de unos actores en estado de gracia, Jon Plazaola, el veterano Agustín Jiménez, Elena Lombao -que recubre de sutil comicidad su personaje- , y Sara Gómez -con una brillante y luminosa trayectoria como actriz-, entre esas risas, decíamos, los espectadores reciben un mensaje de enorme calado: La España del ‘Caso Nós’, de los Gurtel, de la aplicación del artículo 155, de la evasión de capitales, esa España está muerta, la han matado. “España ha muerto” -anunciará una de las protagonistas- y todo ello da paso a un nuevo estado -con minúsculas- en el que impera la música, los torsos desnudos, el jolgorio, y la bandera arcoíris, que sustituye a las otras banderas. Esta función parece un ensayo literario concebido por un filósofo en lúcido estado de embriaguez y con la lívido desatada. Porque la obra no está pensada para concluir con los aplausos del público, que fueron muy prolongados la noche del estreno en los teatros Luchana de Madrid -donde se ha representado la comedia hasta el cierre de la sala por el virus-, sino que está dirigida a perdurar en el pensamiento del espectador.
Un hombre aparece muerto bocabajo en el teatro. Llega una policía nacional novata, que se llama Manuela Marchena. Y después una agente de la Guardia Civil, cuyo nombre es Benemérita Primo de Rivera Franco y Abascal. Y un ertzaintza, Endika. Y también un integrante de los Mossos D’ Escuadra, que dice llamarse Pep Lloréns y ser de L’Hospitalet, aunque posteriormente se descubrirá que se denomina José Llorente y que es extremeño, descendiente de una familia de guardias civiles. Todos investigan. Y dejan caer frases como las palabras que Benemérita dirige al Mosso: “Bien por vuestras ideas propias, bien por vuestro derecho a decidir, pero aquí estamos en una comunidad”. Y dirá el ertzaintza: “Yo utilicé muchas veces ese detergente para borrar las huellas de los zulos mientras les decía: Corred, corred hacia la frontera”. Para añadir: “¿Estoy diciendo en voz alta lo que pienso?”. Estamos, pues, ante una comedia canalla y divertida. Con explosivos conceptuales de efecto retardado. Y adosada como una bomba lapa literaria a la triste actualidad política del país hasta la llegada del maldito pandemonio. Porque hoy parece que hace exactamente un siglo del pasado miércoles.