Cayetana Álvarez de Toledo parece pertenecer al distinguido universo de Guermantes que Marcel Proust describió a ritmo lento en su colosal obra ‘En busca del tiempo perdido’. A Cayetana no le molesta que Pablo Iglesias la llame “marquesa” por el tono irónico que emplea el vicepresidente, sino porque se trata de una obviedad. Cayetana es soluble en su marquesado y el marquesado es soluble en Cayetana. Se percibe en la quietud de su presencia, en la atmósfera/Chanel que envuelve sus pasos, en el aristocrático desenfado de su vestido, en la cultura que desprenden sus palabras siempre pronunciadas con un acento exótico y geográficamente ilocalizable porque retrotrae exclusivamente al mundo Álvarez de Toledo. Cayetana, decíamos, tiene una cultura amplísima y es de las escasas políticas y políticos que frecuentan el Ateneo de Madrid, ese centro del saber tradicional y moderno ubicado a escasos metros del Palacio de Las Cortes. Cayetana, en el Ateneo, ha moderado debates culturales, ha pronunciado conferencias, e incluso en el bar del edificio, un bar tranquilo, oscuro y silencioso que huele a buen café, ha escrito extensos artículos para los periódicos. En alguna de esas Tribunas de Opinión apoyó con cierta visceralidad recubierta de diplomacia a Juan Guaidó como futuro presidente de Venezuela con una argumentación que de momento no ha cuajado.
Cayetana dijo el pasado miércoles en el Congreso que Pablo Iglesias “es hijo de un terrorista, y que, por tanto, pertenece a la aristocracia del crimen político”. Y también llamó al vicepresidente “impostor”, “discípulo de los ayatolás de Irán”, “proahijado de Nicolás Maduro” y “prima de riesgo española”, en una sucesión de palabras que, como resulta evidente, trataban de huir de la tópica rancia aroma castiza de los reproches que se suelen intercambiar los parlamentarios. Y al finalizar la secuencia, Cayetana pareció dirigirse a su bolso en busca de un ‘Ferrero Rocher’. En un debate centrado en los ceses en la cúpula de la Guardia Civil ordenados por el ministro Marlaska, que políticamente interesaba mucho al PP, Cayetana fue a lo suyo, que ella no iba a detenerse a discutir sobre un Cuerpo en el que, hace años, un teniente coronel irrumpió en Las Cortes al gripo de “sesientencoño”, esa ordinariez. Cayetana es un verso libre en el PP, como lo fue Celia Villalobos. Es menester ver los catetos con los que esta señora tiene que lidiar cada día.