Donald Trump es el último reducto de la frustración. A Trump lo votaron muchas personas con la vida abierta en canal. La democracia tiene, claro, sus perversiones como sistema político, y una de las principales consiste en que las víctimas pueden elegir a través de las urnas a sus verdugos. La Historia reúne algún sangrante ejemplo de ello. Trump representa un paleocapitalismo sin alma pero, efectivamente, lo han votado muchos parias de la Tierra. Manuel Vicent ha escrito que sin pensamiento da igual la sintaxis. Trump no tiene pensamiento ni, por supuesto, sintaxis. Se trata de un tipo que actúa desde desconcertantes impulsos emocionales condicionados por el interés. Trump sabe, sí, hacer dinero, tal vez desde una perspectiva carente de escrúpulos, pero lo ignora todo sobre la política que, por definición, es una actividad noble de dedicación a los ciudadanos. El presidente de Estados Unidos inició su mandato con el propósito de construir una gran muralla que separase su país de México. El sistema, que a lo largo de décadas ha generado importantes recursos para salvar su propia supervivencia ante ataques internos o externos, el sistema, decíamos, ha logrado esquivar las envestidas de Trump, hasta que las calles de Estados Unidos y de medio mundo se han incendiado de indignación debido al asesinato de George Floyd, víctima de un policía despiadado.
EEUU está herido en su economía y, sobre todo, en su prestigio. Un país que tradicionalmente ha basado sus pilares sobre la confianza en sí mismo, ahora duda. El 3 de noviembre se celebran allí unas elecciones presidenciales tan decisivas como de resultado incierto. Joe Biden, el candidato demócrata, vende una vuelta al pasado y quiere recuperar “el alma de la nación”. Pero Biden deberá afrontar su falta de carisma y, de nuevo, ahuyentar el estigma de ser el candidato del ‘establishment’, aunque, esto último, tenga menos peso en él que en su día tuvo en Hillary Clinton, a quien los norteamericanos terminaron percibiendo demasiado perfumada de Wall Street. El mundo vive lleno de incertidumbres en el contexto de la nueva normalidad. Trump supone, sin embargo, una certeza: La de que si finalmente sale reelegido todo irá a peor. Trump ha hecho avanzar su agenda antinmigrantes hasta que las protestas han llegado a la misma puerta de la Casa Blanca. Pero ahí sigue ese extraño hombre del flequillo color rosa. “La crisis sanitaria es por un virus chino”, ha dicho. Sin remedio.