Donald Trump, tan defensor de las armas de fuego, lleva cinco años tiroteando políticamente la democracia de Estados Unidos, la más antigua y, hasta hace poco, la de mayor prestigio del mundo. Trump, como diría el grandísimo pero olvidado Carlos Luis Álvarez, ‘Cándido’, es la patada de Charlot, pero una patada sin nada de gracia porque Trump destruye todo lo que toca. Su ácido mandato está repleto de peligro, desde aquella muralla que miserablemente pretendía construir para aislar México de Norteamérica a su disimulado pero decidido apoyo a los supremacistas blancos. George Floyd está en los cielos. Trump llenó de barro su debate televisivo de la pasada semana frente al candidato demócrata Joe Biden. George Simenon hubiera dicho que la nieve estaba sucia. Los debates entre candidatos en la sociedad del espectáculo se transformaron hace tiempo en un entretenimiento sin nada de política, de ahí que se dude de la eficacia real de estas peleas orales por televisión, porque los ciudadanos tienen el voto decidido y solo sirven para reafirmar las convicciones de cada uno. Biden, de 77 años, hombre sin carisma, de exposición lenta, un político reflexivo, ha luchar ante las cámaras contra Trump, que en su discurso mezcla mentiras absolutas con verdades a medias -las más peligrosas-, inventa apodos lamentables -se refirió a la senadora demócrata Elizabeth Warren como “Pocahontas’-, y posee una inaceptable habilidad para interrumpir abruptamente cualquier atisbo de razonamiento.
El candidato demócrata gana tímidamente en las encuestas pero existe la inquietante sospecha de que Trump puede no aceptar el triunfo electoral de Biden. El presidente, ahora víctima de ese coronavirus que despreciaba, lleva tiempo dirigiéndose a sus seguidores para que el día de las elecciones -3 de noviembre- acudan de manera masiva a los colegios para vigilar el voto. Trump apela a las vísceras de la desesperación en un país cada vez más desesperado por la pandemia y la crisis económica, una nación que padece una crisis de identidad por la creciente e imparable pérdida de su condición de primera potencia mundial. Un nuevo mandato de Trump resultaría fatal para el mundo. Antonio Gramsci advirtió: “El viejo mundo muere, el nuevo tarda en aparecer, y en este claroscuro surgen los monstros”. Bolsonaro, Putin, Orban, Trump… Los monstruos ya están aquí.
