Sin novedad en el frente
He pasado varios días fuera, pocos, pero suficientes para mantenerme alejado de determinadas costumbres y fijaciones. De regreso, parece que has faltado una eternidad: compruebas que han abierto una tienda para bebés cerca de casa, que un vecino ha puesto nuevas cortinas y otro ha cambiado de coche y que los bares de moda de este verano de los que habla la gente ya no son los mismos del año anterior… Sin embargo, el paso del tiempo adquiere su verdadera noción a través de la televisión o la radio. Basta conectar con determinados programas o emisiones para comprobar que tampoco te has ausentado demasiado. Nada más llegar, puedo certificar en La Sexta que Andrés Montes sigue fiel a su estilo y, sobre todo, a su galopante miopía, ya que sigue sin dar una cuando nombra al jugador que lleva la pelota ; también en La Sexta, Berto vuelve a darme la razón como suplente de Buenafuente: si puedes entrevistar a un catalán y hablar de sus cosas y lo bien que lo hacen (Angel Llácer, en esta ocasión), para qué buscar en otro sitio; La Primera, por su parte, ha terminado por caer en la tendencia de las cadenas privadas y da más importancia a la audiencia de las competiciones deportivas televisadas durante las Olimpiadas que a los propios resultados -eso sí, advierten que como el próximo partido de la selección de baloncesto es a las tres de la madrugada será difícil repetir los registros-. A través de las ondas compruebo que la radio fórmula musical sigue la tendencia decadente de compaginar temas actuales con otros no tan nuevos -señal de que ya no se produce tanta música como antes, y no de que nos hayamos contagiado de una vena revival sin remedio-, mientras que la radio convencional parece un eterno partido de pretemporada: está llena de suplentes en busca de méritos. Esta noche, precisamente, acabo de comprobar cómo se las gasta la conductora de un espacio informativo al presentar un reportaje alternativo a las olimpiadas sobre la zona afectada por el terremoto del año pasado en China: “…tuvieron que reconstruir las infraestructuras después de que todo se fuera al carajo”. Yo, por si acaso, cambié de emisora, no fuera a despedirse de los oyentes mandándolos a tomar por culo.
La guerra por el deporte
La referencia a los partidos de La Sexta y al despliegue de TVE en China me ha hecho caer en la cuenta de otra de las constantes predominantes en la puja por la audiencia a cargo de los diferentes canales, que han tomado como excusa los grandes eventos deportivos para entablar un serio combate que, en algunos casos, tienen más pinta de ataque suicida. Eso de que La Primera fuese la encargada de ofrecernos los Mundiales, las Eurocopas o la Champions League pasó a la historia y, poco a poco, casi lo hemos asimilado. El Grupo Prisa había sido, hasta ahora, el más hábil a la hora de tomar ventaja al respecto. Lo demostró acaparando casi al completo los partidos de la Copa de Europa -lo de Antena 3 ha sido el caso del pariente pobre con aires de grandeza que, a la hora de la verdad, sólo te daba un partido a la semana y el peor programa de resúmenes en mucho tiempo, y sólo los miércoles- y apostando fuerte, desde el Mundial de Corea, por los grandes eventos futbolísticos. Sin embargo, esta vez se le ha adelantado la coalición de televisiones públicas (estatal y autonómicas), que se ha adueñado de la Champions a partir de 2009, y aún está por ver si se quedan sin Liga, después del bochornoso espectáculo representado junto a La Sexta por los derechos de emisión de los partidos de la pasada temporada. El contraataque no se hizo esperar, primero a nivel editorial, y, a continuación, adquiriendo en exclusiva el Mundial de Sudáfrica de 2010. Tele 5, mientras tanto, agota su cupo en la Fórmula 1, después de que La Sexta se haya hecho también con los derechos a partir de 2009.
Sin duda, son muy libres de hacer con su dinero y su presupuesto lo que les venga en gana, aunque es una pena que, a continuación, no pongan el mismo énfasis a la hora de fijar determinados criterios profesionales: por ejemplo, cómo narrar un partido de fútbol. El citado caso de Andrés Montes no es el único, en la misma Sexta hay más ejemplos de lo que puede ser una invitación a quitarle el volumen a la televisión; ni tampoco es el único canal al que cargar todas las culpas. Pueden tomar como ejemplo las narraciones de otros canales de los partidos de pretemporada de este año que, como suele decirse, han sido de auténtico juzgado de guardia. Ni siquiera en Cuatro, que cuenta con una de las mejores escuelas de comentaristas deportivos de la última década -la de Canal+-, han sido capaces de mantener cierta cota de superioridad durante la pasada Eurocopa por culpa del cansino e indigesto ”podemos”. A todos ellos invitamos a poner en práctica una opción sonora que ya ha desarrolla con notable éxito un canal europeo de deportes -creo que es SKY, aunque no estoy muy seguro-: emitir los partidos de fútbol sólo con el sonido ambiente. Más de uno lo agradeceríamos.
Cualquier tiempo pasado…
En definitiva, que las cosas siguen tal y como las había dejado cuando intenté quitarme de enmedio, salvo por lo de la tienda y los vecinos, y para remediarlo siempre queda la posibilidad de superar el regreso rescatando cada noche algún clásico que, como en este caso, es toda una evocación al pasado y los recuerdos, como vía de escape a un presente doloroso. Se trata de Fresas salvajes, una de las grandes obras maestras del director sueco Ingmar Bergman, de la que se acaba de cumplir el medio siglo desde su estreno (1957) -curiosamente, un año en el que Bergman firmó otra obra cumbre en su filmografía, El séptimo sello-. Ahora, vista con la perspectiva del paso del tiempo, no sólo sigue llamando la atención por su hermosa exposición, sino por su rotunda modernidad frente a los convencionalismos provincianos imperantes en el momento en que se realizó y que, sospecho, no debió encajar muy bien entre el público conservardor de la época -circunstancia subrayada por la excepcional personalidad con la que Ingrid Thulin dota a su personaje, la nuera del profesor, que decide acompañar a su suegro al homenaje que le brindan en la Universidad, al tiempo que procura el reencuentro con su marido para recuperar una relación tambaleante por las discusiones acerca de una posible descendencia-. El personaje central de la historia es un viejo y cansado profesor y catedrático al que van a distinguir por sus años dedicados a la ciencia. El día del evento se despierta conmocionado por un sueño en el que ha sido testigo de su propia muerte, por lo que decide hacer el viaje en coche y por su cuenta recorriendo los parajes de su adolescencia, forzando una constante evocación del recuerdo y el primer amor. La película se construye en una especie de raod movie en la que las estampas del pasado, los sueños, los debates intelectuales y la madurez personal de cada uno de los protagonistas resulta decisiva a la hora de ir desentrañando una conmovedora y perdurable reflexión acerca de la vejez y la exaltación de la vida. No es, además, del tipo de película de Bergman inaccesible para el público mayoritario, lo que acrecienta el inevitable interés de esta joya del cine sueco y universal.