En 1990 se estrenó con relativo éxito
El placer de los extraños, dirigida por el relevante y arriesgado Paul Schrader, capaz de proyectos tan personales, caso de
Mishima, como de aventurarse en una nueva versión sobre el clásico de Jacques Tourneur
La Mujer Pantera. Descubierto en los setenta como autor del guión de
Taxi driver, su labor como director no ha sido tan profusa como la de guionista, aunque nadie puede negar su inquietante personalidad a la hora de elegir las películas en las que ha querido trabajar como realizador y con las que ha logrado erradicar la indiferencia entre los espectadores. El caso de
El placer de los extraños es uno de ellos, y el hecho de que haya permanecido inadvertida para el público mayoritario desde entonces, no quiere decir que tenga por qué permanecer oculta, injustamente olvidada. Para animarles a disfrutar del filme, si tienen la oportunidad, les cito algunos nombres que permiten considerarla, en este momento, como una obra revalorizada.
En este sentido, al ya citado de Paul Schrader, añadimos el de Harold Pinter, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2005 y autor del guión. Pinter ha mantenido un interesante idilio con el cine a lo largo de toda su vida, y suyo es el guión, por ejemplo, de La mujer del teniente francés. El guión, por su parte, adapta una novela de los primeros ochenta del británico Ian McEwan, segundo nombre de interés que se suma a la lista y sobre el que se ha hablado y escrito mucho a lo largo del último año, gracias a la exitosa adaptación de otra de sus obras, Expiación. En el ámbito de la interpretación, la película cuenta con la presencia de un joven -y mejor vestido por Armani- Rupert Everett (el nuevo eterno gay de Hollywood gracias a su sensacional trabajo en La boda de mi mejor amigo), de la siempre interesante y poco prodigada Natasha Richardson, de un impagable Christopher Walken y de Helen Mirren (hasta entonces conocida por su papel en Calígula y El cocinero, el ladrón, la mujer y su amante, y brillantemente reconocida hace un par de años gracias a su papel en The Queen). La lista la completamos con la del autor de la banda sonora, Angelo Badalamenti, cuya labor ligamos a la obra de David Lynch, que le dio su primera gran oportunidad en Terciopelo azul, y para el que ha creado composiciones tan recordadas como la de la serie Twin Peaks o la maravillosa The straight story. Badalamenti, en completo estado de gracia, creó para El placer de los extraños una exquisita melodía, con compases de vals, que acompaña a la perfección a los protagonistas de la historia, una pareja británica en fase de ruptura que se relaja en Venecia con la intención de recuperar la pasión y que termina dominada por la poderosa atracción de un maduro matrimonio que provoca una más que amistosa e interesada relación.