Resulta curioso el énfasis que suele concedérsele a la Gala de los Goya por sí misma, como espectáculo de entretenimiento, cuando lo que de verdad importa es quién se lleva los premios y si coinciden o no con nuestros gustos y preferencias, algo que tampoco es fácil de calibrar: que levante la mano el que haya visto todas las películas españolas que competían en las diferentes categorías -no hace falta que te disculpes, Benicio del Toro, ni tampoco que reconozcas que ardes en deseos por ver los trabajos de los otros nominados, cuando ni siquiera lo hace el propio público español-. Yo hacía años que no veía una gala entera y ahora entiendo menos todavía lo del énfasis, entre otras cosas porque resulta muy difícil estar a la altura de las circunstancias, y la de este domingo fue un claro ejemplo.
Nadie duda de la categoría profesional de Carmen Machi, pero poco más podía hacer con un guión tan soso, desangelado, desordenado y poco afortunado como el que tuvo entre manos para dirigir la ceremonia; por no hablar de los responsables de sonido, que subían la fanfarria antes de que acabara sus discursos haciendo que su última frase fuese imperceptible. Al guión le pasó como a algunas películas de Mel Brooks: le cuentas los gags a alguien y te parece lo más divertido del mundo, pero a la hora de verlo en imágenes se esfuma la inspiración. Ni siquiera los sketches de Muchachada Nui elevaron el nivel de pretendida comicidad y originalidad de la gala, perdidos en el desarrollo de una ceremonia interrumpida en exceso para ofrecernos la galería de anuncios de coches que no nos podemos comprar, y a la que tampoco contribuyeron las ocurrencias de colar a zombies o a un grupo de falsos turistas por el patio de butacas, o acudir a la sala de prensa para repartir bombones entre los medios gráficos.
En cualquier caso, más allá del poco inspirado sentido del humor, lo más cargante fue apreciar la inoportuna deferencia que se tuvo con respecto a algunos de los invitados/nominados VIP de la noche -había que aprovechar la presencia de Penélope y Benicio- y la excesiva libertad -en concepto de tiempo- concedida a los premiados para ofrecer sus agradecimientos.
Sí hay algo en lo que se aprecia una notable madurez por parte de la Academia con respecto a la ceremonia, y es que, pese a que el desarrollo de la misma no contribuya al suspense o la emoción, la designación de ganadores ha logrado imponerse a la especulación interesada y a resultados un poco bochornosos, como los del año en que Mar adentro se lo llevó todo, dejando en la estacada a otros nominados con trabajos más meritorios, sobre todo a título individual. El año pasado ya presenciamos una nueva actitud con el premio concedido a La soledad, de Jaime Rosales, y este año ha ocurrido otro tanto de lo mismo con Camino, que se ha impuesto a la favorita, Los girasoles ciegos. Tanto una como otra se merecían el galardón, aunque no cabe duda de que la película de Javier Fesser cuenta con muchos más alicientes cinematográficos para reivindicar la estatuilla. Al menos, la película de Cuerda fue reconocida por su excelente guión adaptado, uno de los últimos trabajos de Rafael Azcona.
No hubo tantos reparos a la hora de premiar a Benicio del Toro o a Penélope Cruz -¿oportunismo mediático?-, ambos por películas realizadas con capital español pero de creadores norteamericanos, y que anularon las opciones de otros excelentes trabajos, como el de Raúl Arévalo en Los girasoles ciegos o el de Elvira Mínguez en Cobardes, vencida además por una de las interpretaciones menos atractivas y conseguidas de Penélope Cruz, en una película, Vicky Cristina Barcelona, en la que la auténtica protagonista es Rebeca Hall, olvidada en todas las nominaciones.
En definitiva, la Gala de los Goya no fue sino el triste envoltorio para el feliz triunfo de Javier Fesser y Camino, cuyo reconocimiento confío ayude a dar mayores opciones y libertad creativa a un tipo tan interesante y tan necesario para el cine español, después de que tras la inclasificable El milagro de P. Tinto y la incorregible Mortadelo y Filemón, se haya reivindicado como un excelente narrador dramático, porque, ante todo, Camino es una película muy bien contada.
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'Camino', la única sorpresa agradable de una gala lenta y con muy poca gracia
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