Réquiem por los cines de barrio

Publicado: 28/04/2009
Según datos publicados esta semana, en España quedan en estos momentos 563 salas de cine, menos de la mitad que en 2003, año en el que subsistían 1.194 salas. Datos que equivalen ,en la actualidad, a 3.565 pantallas frente a las 4.390 existentes hace cinco años. Que no haya tanta diferencia entre el número de pantallas como entre el número de cines se debe a la proliferación de multicines y al progresivo y definitivo cierre de las salas más veteranas de cada ciudad, último reducto de los tradicionales cines de barrio para los que las presentes cifras no son sino el epitafio bajo el que han quedado aplastados todos sus fantasmas. Mueren con ellos, a su vez, una forma de entender y vivir el cine, una costumbre, un rito, el del placentero disfrute de una película en un escenario ...de película.

La desaparición de todos estos cines no es sino la culminación de una especie de metástasis que se ha ido extendiendo a lo largo de los últimos treinta años. Para entonces, la televisión ya se había convertido en el principal vehículo de entretenimiento para toda la familia y muchas pequeñas ciudades en las que convivían dos o tres cines terminaron por conformarse con uno solo a medida que el vídeo se sumaba como electrodoméstico adicional a la pequeña pantalla. La segunda fase del proceso llegó con la proliferación de los primeros multicines a partir de los primeros ochenta, que hizo imposible la competencia para muchas salas obligadas a transformarse en bingos o sucursales bancarias. La tercera, con la especulación urbanística, que facilitó el cierre de numerosos cines a cambio del suculento valor del atractivo solar que ocupaban. Y la cuarta y última con los cambios de usos de los propios espectadores, congregados en torno a grandes superficies comerciales en las que los cines son un atractivo y una experiencia más, a partir de la incorporación de ofertas más próximas al parque de atracciones que al de la mera exhibición de películas: sillas que vibran, sonido envolvente, proyecciones en i-max, salas para 3D, emisiones simúltáneas de grandes espectáculos (ópera, fútbol...).

Está claro que los exhibidores se han visto obligados a adaptarse a los nuevos tiempos, incluso la propia industria explora nuevas opciones con las que mantener el paso por taquilla, aunque también hay que tener en cuenta a costa de qué. El poeta arcense Pedro Sevilla se ha referido en determinadas ocasiones al valor emocional del cine como impulsor de una "educación sentimental" de la que han disfrutado numerosas generaciones a lo largo del siglo XX. En esa "educación sentimental" no se contempla sólo el hecho de las historias con las que todos hemos disfrutado desde pequeños, sino el propio acto de ir al cine, como lugar de encuentro con los amigos del colegio y, más tarde, rincón oculto de los primeros besos de una pareja de enamorados. El cine, además, como una de las principales atracciones del fin de semana, en el que se consumaban las expectativas sobre las películas que se veían anunciadas a lo largo de los últimos días.

Sé que son situaciones que no vivirán las actuales generaciones, del mismo modo que sé que ellos disfrutan ahora mismo de muchos más atractivos de los que disponíamos hace un par de décadas -no hace falta irse más lejos-. Pero por eso mismo no dejo de sentirme, en cierta forma, privilegiado ante ellos, como miembro de una generación previa que aún pudo disfrutar con las últimas sesiones dobles de los domingos por la tarde con las películas de Tarzán (las de Johnny Weismuller), con las reposiciones puntuales de películas de todos los tiempos (desde Lo que el viento se llevó a Solo ante el peligro, desde Una noche en la ópera hasta Senderos de gloria, desde Mogambo a Los cañones de Navarone, desde Río Bravo a El halcón y la flecha...). No caeré, en cualquier caso, en el error de proclamar que "cualquier tiempo pasado fue mejor", aunque tampoco se puede renunciar a recuerdos tan placenteros.

Recuerdos que, por otro lado, no van ligados sólo a esas películas, a esas sesiones especiales, sino a los cines en los que disfruté de muchas de ellas. Mi cine de toda la vida fue el Imperial Cinema, pero por cuestiones familiares y por los propios estudios, tuve la oportunidad de conocer otros muchos cines de barrio en ciudades como Málaga (el cine Echegaray, el Atlántida, el Victoria, el París...), Sevilla (el cine Cervantes, el Bécquer -el cine con las mejores butacas de toda la ciudad-, el Rialto, el Florida...) o Jerez (el antiguo Villamarta, el Jerezano, el Luz Lealas...). Muchos de ellos se reconvirtieron en multisalas, otros aguantaron hasta el final, hasta su olvidado triste final que diría Osvaldo Soriano -descubrir el cine Bécquer de Sevilla reconvertido en supermercado lo es-. Todo ello sin citar los nombres de los que desaparecieron muchos años antes, los de los cines de verano... Pero eso lo dejaremos para otra ocasión.

 

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