El Festival de Jazz de Vitoria rinde homenaje póstumo el próximo 17 de julio a una de las grandes damas del género, Billie Holiday, coincidiendo con el día en que se cumple el 50 aniversario de su muerte. Las cantantes Madeleine Peyroux y Dee Dee Bridgewater serán las encargadas de encabezar el cartel para la emotiva jornada. Lo de Madeleine Peyroux, con todo merecimiento, ya que, posiblemente, sea de las pocas intérpretes del momento que más acerque su tonalidad a la de Holiday, después de una década padeciendo las consignas publicitarias de quienes definían a cualquier descubrimiento vocal y femenino como "la nueva Billie Holiday". De Norah Jones a Corinne Bailey Rae, la etiqueta ha sido la misma, pese a que la única en merecerlo fuese Peyroux. En cualquier caso, por muchas similitudes que encontremos, siempre habrá algo que no podrán igualar: el encanto de las grabaciones históricas que registraron las actuaciones de la mítica, excepcional, inigualable y también maldita voz de Baltimore.
Maldita a causa de una dramática existencia equiparable a la de su grandeza artística como intérprete de jazz. Bautizada como Eleanora Fagan, a Billie Holiday sólo le separaban 13 años de su propia madre, que tuvo que dejarla al cuidado de sus abuelos para irse a buscar trabajo de Baltimore al norte de Estados Unidos. La necesidad hizo que con diez años ya se ganara la vida limpiando suelos y haciendo mandados para una casa de citas. Víctima de abusos sexuales y marginada por su aspecto masculino -su padre fue quien empezó a llamarla Bill, hasta degenerar en Billie-, logró huir de su Baltimore natal para instalarse en Nueva York junto a su madre, aunque el panorama no cambió en exceso, al tener que dedicarse a limpiar casas de blancos con dinero. Consciente de que su futuro no pasaba por ahí, empezó a ejercer la prostitución en un local de moda de la ciudad que le dio cierta estabilidad, pero fue denunciada e ingresó en prisión. Cuando salió se topó de lleno con la gran depresión y, al borde del desahucio, buscó trabajo como bailarina. No lo consiguió, pero un pianista le hizo una prueba de voz y comenzó a trabajar de inmediato en el local, en el que cada noche iba cantando por las mesas y recogiendo propinas. Sus compañeras se vieron relegadas a un segundo plano y empezaron a llamarla la "Lady", apelativo con el que también terminó conociéndose a Holliday.
Con 16 años, fiel al alcohol y a la marihuana, conoció a Benny Goodman, que la invitó a interpretar dos temas para su nuevo disco. Su fama fue creciendo y en 1935 realizó su primera gran actuación en el Apollo de Harlem. En 1937 acompañó de gira a Count Basie y a Artie Shaw, aunque el degradante trato recibido por los estigmas racistas aún presentes en promotores, empresarios y público la llevaron a tomar un nuevo camino en solitario. En 1939 dio el salto a la costa oeste, dispuesta a cantar para la flor y nata de Hollywood. Fue allí donde estableció todo tipo de contactos y relaciones que la hicieron sentirse una grande del espectáculo. Sin embargo, en 1941 cayó en los brazos de Jimmy Monroe con el que se casó y junto al que comenzó a probar todo tipo de drogas que la convirtieron en una auténtica adicta. Tras la guerra siguió una cura de desintoxicación y su regreso a los escenarios fue todo un éxito: trabajó en Hollywood, junto a Louis Armstrong y llenó locales por toda América, aunque cayó de nuevo en la heroína y fue detenida tras una actuación para pasar un año entre rejas.
El Carnegie Hall albergó su esperado concierto de regreso y el público no le falló, aunque sus devaneos con la justicia impidieron que llegara a respirar aliviada en algún momento. Es más, el alcohol comenzó a afectar a sus cuerdas vocales y poco a poco comprobó que el respaldo de antiguos amigos había dejado de existir. Grabó un último disco, Lady in satin, en 1958, en el que "sin poder cantar, cantaba mejor que nunca", en palabras de Chema García Martínez. Una depresión terminaría por precipitar su final en 1959, año en el que falleció a causa de una parada cardiaca.
Como dijo el empresario Frank Schiffman, "nunca has oído cantar a nadie tan lenta y cansinamente, ni arrastrar así la voz". En ese efecto se condensa la mayor parte del encanto de la gran dama del jazz y del blues, capaz de envolvernos en un aura de misterio y ensoñación que siempre nos remite a una época dorada, a locales exclusivos, como si nos contagiara un virus de abrasadora y devocional melancolía.