Cuando uno lee los datos biográficos de Edward Burns tiende a confundirlos con los de los personajes que él mismo ha escrito e interpretado. Personajes que, como él, nacieron y se criaron en el barrio neoyorquino de Queens, en el seno de una familia católica de raíces irlandesas y con parientes vinculados al departamento de policía. Ahí radica, principalmente, la fuente de inspiración, las señas de identidad de un particular universo que congregó en torno a sus primeras películas a una ferviente masa de seguidores que reconocían su talento como cineasta y, también, su capacidad para proyectar una mirada de corte generacional con la que todos se sentían identificados.
Un talento que todos reconocieron desde su primer y precoz trabajo,
Los hermanos McMullen (1995), que él mismo escribió, dirigió e interpretó con tan solo 27 años. El boca a boca concedió una creciente relevancia a la película, de corta distribución en nuestro país, y despertó el interés por su responsable, que salió fortalecido con su siguiente trabajo,
Ella es única (1996), una comedia urbana de corte coral, bien escrita e interpretada, que fue sumando adeptos y terminó por conceder a Burns cierto status profesional y un amplio crédito para asumir nuevos proyectos personales y ofertas de otras producciones, ya que su físico también ayudó en su proyección personal. Spielberg fue uno de los que lo tuvo en cuenta y le fichó como integrante de la patrulla de la oscarizada
Salvar al soldado Ryan.
Fue entonces cuando se produjo el primer resbalón de su carrera. Movido por cierta ambición personal como narrador e interesado en evitar el encasillamiento, para su tercera película apostó por un drama intimista,
No mires atrás (1998), demasiado superfluo y, por supuesto, alejado de las claves que le hicieron conectar con "su" público. El fracaso en taquilla retrasó su siguiente película hasta 2001, fecha en la que regresó con un excelente trabajo,
Las aceras de Nueva York (2001), inspirada de nuevo en personajes de la
gran manzana, con los que construyó una comedia coral de buenas historias, cuidados diálogos y un más que atractivo reparto, sobre todo en el plano femenino (Rosario Dawson, Heather Graham, Britany Murphy), y que hizo que más de uno se ratificara en encasillarlo como una especie de nuevo Woody Allen.
Fue a partir de entonces cuando comenzó a participar más a menudo en proyectos ajenos
: 15 minutos, Siete días y una vida, Confidence... y cuando decidió renegar del tipo de comedia urbana y generacional que le reportó sus mejores críticas. Así, su siguiente trabajo como director fue
Miércoles de ceniza, junto a Elijah Wood, un filme policíaco en el que dos hermanos se infiltran en la mafia irlandesa de Nueva York para desenmascarar a sus jefes. Es, hasta la fecha, la última de sus películas estrenadas en España; de las realizadas desde entonces,
Looking for Kitty, The groomsmen y
Purple violets, no hemos tenido noticias. Por otro lado, a partir de 2005, la carrera como actor de Burns también se ha venido un poco abajo, combinando los papeles como secundario de lujo (
The holiday, 27 vestidos) con su presencia en producciones de serie B, como
El sonido del trueno, The river king o, la más reciente,
Llamada perdida, donde, además, aparece en los títulos de crédito como Ed Burns.
Llegados a este punto uno se pregunta qué fue del talento con el que logró encandilar a tantos espectadores y espectadoras en sus primeros trabajos como guionista y realizador, sobre todo si tenemos en cuenta que estamos todavía ante una estrella relativamente joven -cumple 41 años en enero- y que aún tiene mucho que ofrecer. Sólo él tiene las respuestas, mientras que a nosotros nos queda la confianza de poder reencontrarnos con su buen hacer de aquí en adelante.