Las vivencias del paisaje

Publicado: 18/01/2016
El propio autor nomina las reflexiones y apuntes aquí reunidos como “chisporroteos”, y de ellos brota una sabia luz que mezcla con habilidad la prosa, el verso, la sentencia, el aforismo, el haiku, e incluso, cabría añadir, la greguería
Una de las preguntas más complejas que plantea Aristóteles en la amplia diversidad de susTratados, es la de cómo determinar en qué consiste la felicidad. El filósofo griego, parte en su ética de que el objetivo último de todo ser humano es alcanzar tal estado, y la forma más perfecta para conseguirlo es la actividad contemplativa. Si bien, puntualiza, esta aspiración es fácticamente irrealizable, y sólo parece al alcance de Dios, mientras que el Hombre deberá conformarsecon una “felicidad limitada”.

    Y traigo a colación al maestro heleno, tras la lectura de “El placer de contemplar” (Ediciones Carena. Barcelona, 2015), de Joaquín Araujo. Este naturalista, campesino, ganadero ecológico, columnista habitual en los principales periódicos de España, y que trabaja asimismo como director, realizador, guionista y presentador de series y documentales de televisión, tiene en su haber más de un centenar de libros publicados, además de haber plantado tantos árboles como días ha vivido: 24.500.
Desde el deseo de que la dicha debería sostenerse sobre una sociedad instruida y culta, capaz de ser libre, independiente, y en plena armonía con la Naturaleza, se articula este sobrio volumen, en el que el Joaquín Araujo confiesa: “He mantenido, desde hace tiempo, que todo paisaje no sentido está ya muerto. De ahí que resultara ineludible este libro. Pretendo demostrar que la vivencia del paisaje es uno de los grandes propósitos posibles para que esta vida tenga sentido”.

     El propio autor nomina las reflexiones y apuntes aquí reunidos como “chisporroteos”, y de ellos brota una sabia luz que mezcla con habilidad la prosa, el verso, la sentencia, el aforismo, el haiku, e incluso, cabría añadir, la greguería. Todo ello, ayuda a que los siete capítulos de los que consta (“Encuentros entre la luz”, “Ver el color de los cantos”, “Cuando la piel también mira”, “Paladeando la soledad”, “Los lenguajes que huelen”, “Otra forma de que el tiempo pase” y “Merecer el espectáculo”), se lean de forma ágil y amena. Pues, como bien anota en su prefacio Jorge Riechmann, “Trabajando en algo que nos apasiona, el tiempo pasa como un suspiro, sin que nos demos cuenta”.


     Son muchos los hilos de lúcida conciencia que pueden espigarse del ovillo de estas sentidas cavilaciones. Dejo apuntadas algunas de las que más han llamado mi atención por su clarividencia y por su emotividad: “Tus ojos también son luz. ¡Siémbralos por el paisaje para que crezca lo que estás mirando!”;  “Mirando el bosque he descubierto el color de los sentimientos”; “La mejor almohada es el canto de las aves, al amanecer”; “Me escondo siempre al aire libre”; “Busqué en el bosque/ y encontré lo que ya soy:/ brasas de otoño”.

     Al cabo, esta invitación a contemplar de manera placentera las dádivas que nos ofrece la madre Naturaleza, es un bello y humano himno, desplegado con gravedad, donde lo verdadero y lo espiritual conjugan a la perfección con lo veraz y lo cotidiano, y donde Joaquín Araujo da muestras, una vez más, de su voz madura y solidaria: “Los paisajes expresan mis impresiones”.

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