Odia el delito

Publicado: 20/10/2019
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Si, como afirman, los números auguraban un fracaso del independentismo ¿qué temía el gobierno de Rajoy cuando prohibió el referéndum en Cataluña?
En el vestíbulo de la antigua cárcel de Ranilla, un azulejo pedía: “Odia el delito y compadece al delincuente”. El cartel del despacho del Juez de Paz de Alcalá de Guadaíra, guardaba cierta semejanza opuesta: “Acuérdate del pobre panadero”. El “pobre” panadero, recién salido de madrugada para repartir el pan, intentó prestar auxilio a un apuñalado, moribundo con tan mala fortuna que fue sorprendido, lo acusaron y ajusticiaron por un asesinato no cometido por él. Un castigo injusto sin posibilidad de reparación, descubierto cuando apareció el asesino. Odiar el delito es necesario; cuando hay delito. Los “juicios paralelos”, las “sentencias populares” y, peor aún, el apaleamiento psíquico y moral que los políticos y sus incultos-estériles incondicionales dedican a forzados “sospechosos” cuando no existe coincidencia política, quizá debería ser seguido por la fiscalía, siquiera con el mismo ardor con que se acusa a los primeros.
Al final resulta que no ha habido ni rebelión ni, menos aún, “golpe de Estado”. El ridículo que el régimen español lleva acumulado ante Europa y el mundo se hubiera hinchado hasta reventar, de haberse mantenido estas figuras en la sentencia del “procès”. Al final sólo ha quedado clara la gratuita violencia policial que, pese a todo, no va a ser juzgada. Ni siquiera valorada, en tanto es la violencia del Estado.


La palabra “democracia” es una contracción de dos términos griegos: “demos” (pueblo) y “kracia” (gobierno). Democracia no es votar cada cierto tiempo. Es el Gobierno del Pueblo. Votar es otorgar representatividad, lo que da lugar a la negativa inhibición personal, la cómoda no participación, la concesión a que todo nos lo resuelvan otros. Hoy no es posible reunir a la gente en el “ágora”, salvo en pequeñas poblaciones. Incluso la representatividad puede ser más justa, más certera, si se eligen representantes directos, en vez de la partitocracia impuesta.


Pero hay formas de practicar democracia: hacer públicas las leyes durante el periodo de gestación, para permitir la participación individual y someter todo a referéndum, como, por ejemplo, se hace en Suiza. Y ya surgió el conflicto. Para minorar la democracia se eligen partidos, sistema muy beneficioso para los partidos. Para ocultarla, inhibirla, impedirla se omiten o se prohíben los referéndum.


Si, como afirman, los números auguraban un fracaso del independentismo ¿qué temía el gobierno de Rajoy cuando prohibió el referéndum en Cataluña? En vez del diálogo, propio de un sistema democrático, optaron por la imposición, por la negación a toda solución democrática y judicializar el proceso. Que podría ser tanto como politizar la Justicia. ¿O la judicatura? ¿Qué se ha politizado al final?


Al final, el hazmerreir de Europa se ha convertido en estupor: cuesta mucho creer que pase lo que está pasando en un Estado de la Unión Europea. Los estados realmente demócratas ya no ríen sólo lamentan. Al final no había rebelión  ni más golpes que las porras. Pero no sólo Llarena, Casado, Rivera, ni Inés (del armamía) han quedado fatal, ni ellos sufren el escarnio. Ese es el problema. Seguirán viendo “complots judeomasónicos” y animadversión. 

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