Encuestas: Dejadnos pensar

Publicado: 03/11/2019
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Si no todas, muchas encuestas ni remotamente buscan tener una idea de posibles resultados, lo que intentan es inducir el voto
Es necesario para emitir un voto responsable. Por responsabilidad democrática, permítannos meditar sobre nuestro voto sin apologías con las que pretendéis conducirnos y sin duda muchas veces lo conseguís, Después del bombardeo de resultados pretendidos y contradictorios entre sí, llegan los primeros de la lista (por orden alfabético), un tal Ager y un tal Alex (que lástima de apellido desperdiciado y el coraje que da nombrarlo), quienes, con tal de enredar y llevar “el ascua a su sardina”, son capaces de gastarse una millonada similar a la de una campaña seria. Demasiado dinero para ser asumido por una empresa privada que “casualmente” trabaja para Pablo Casado. “¡País!”, que diría el admirado Fraguas. Se pueden sufrir doce años de cárcel por sacar urnas para que la gente pueda manifestar sus preferencias, pero mentir, engañar, crear perfiles falsos, suplantar la personalidad de supuestos militantes de otros partidos o inventarlos, tiene premio. Y la Junta electoral, y la judicatura y “el Llarena solitario”, con estos pelos.


Habíamos visto casi de todo. Casi, esto nadie lo esperaba más que  quienes lo practican. Habíamos visto encuestas más equivocadas que un nudista en el Ártico, que a lo mejor no estaban equivocadas, pues ya es raro contratar a quien incide en tan gran error. Como las grandes diferencias entre unas y otras. Si las siguen contratando no será para tener idea del posible resultado, sino para provocarlo. Si no todas, muchas encuestas ni remotamente buscan tener una idea de posibles resultados, lo que intentan es inducir el voto. Y ahora esto. Unos señores se gastan millones para, desde perfiles inexistentes, perfiles falsos, hacerse pasar por militantes y simpatizantes de diversos partidos, “desilusionados” con sus políticas. Era fácil deducir que sólo podían venir de quienes “no han provocado desilusión”. Pero la evidencia ha sido definitiva. Hasta el “feizbú” dice “eso es normal”. Y “el tuiter” puede bloquear cuentas por defender el derecho de la gente a reclamar autogobierno, pero “esto es normal”. (¡Faltaría más!).


Escuchar a Casado, tan parejo al señor de la barba picuda, retrotrae a los diputados conservadores que, en 1812-13 se oponían a la supresión del tribunal de la “santa” Inquisición. El mismo lenguaje. La misma manipulación; la misma demagogia. Las mismas mentiras. Se ve que al menos se han leído las Actas de las Cortes de Cádiz. Algo es algo. Pero el efecto combinado de su discurso equívoco apoyado en una campaña falsaria para hacer creer que otros manifiestan su oposición a votar a los propios partidos en que militan, ha superado todos los límites del decoro, si es que alguna vez lo tuvieron esos políticos y sus consejeros. Puede que se les haya atragantado la intoxicante campaña. Confiemos. Pero el descubrimiento de la ignominia será incapaz por sí sólo de limpiar los cubos de desechos orgánicos arrojados sobre la política,  siempre positivo para quienes sólo buscan desacreditar a los partidos y justificar su insana intención de acabar con todos, menos el suyo. Otro recuerdo macabro que nos hace tiritar de inquietud. Acudir a elecciones para acabar con ellas. Demoníaco. 

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