Me paran algunos cuerdos por la calle para ponerme de loco y de pecador por meterme con los políticos, cuyo importante trabajo es luchar por el pueblo. En lo de loco y pecador les doy la razón, si alguna tengo, pues, como dijo Fray Pedro de los Reyes allá por el Siglo XVI, ¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto? Loco debo de ser, pues no soy santo. Pero en lo de la lucha por el pueblo ahí es donde me da la risa tonta, la que no se te quita por mucho que pienses en la horrorosa situación del Cádiz y del San Fernando en la clasificación futbolera.
Todo el mundo sabe que la palabra democracia significa poder del pueblo. Y si esto es una democracia, que venga Dios y lo vea. Los locos nos preguntamos qué poder tiene el pueblo para meter en la lista de un partido a fulano o a mengano. Se mete simplemente porque pasaba por allí y cayó en gracia por lo zalamero que era, por no decir otra cosa, sin importar para nada su preparación. Y es que el Congreso hace las leyes, pero, como la ignorancia es muy atrevida, algunos de estos analfabetos se lanzan y se olvidan del canuto para hacer la o, con lo que nos meten en un lío a nosotros y a los jueces que tienen que aplicarlas, sí o sí.
Llegan las elecciones, y ese fulano o mengano, una vez elegido, comprueba que hasta los conserjes lo llaman señoría, por lo que coge confianza y alguno saca a pasear el chorizo que todos llevamos dentro. Por todo ello, los locos pensamos que esto se parece a una democracia como un adoquín se parece a un melón. Y yo juro por San Valentín, patrón de los locos y de su febrerillo, que no me meto con todos, sino solamente con los vividores de la política.
En todo caso, eche usted un vistazo a lo que gana cada uno de los 350 miembros del Congreso o los 265 del Senado y las ventajas que tienen los señores diputados sobre el resto de los mortales entre sueldos, dietas… Luego, sume lo que ganan los 1.261 miembros de las comunidades autónomas, añada los sobrecargados Ministerios y los infinitos asesores que, cuando las cosas pintan mal, encuentran refugio en algún hueco que sus entrañables amigos les buscan en cualquier rincón de la olla gorda. Ruina total, imposible de mantener, si no es endeudando hasta las cejas a nuestros nietos.
Por otra parte, como para el Senado aparecen los nombres por orden alfabético y el personal pone una cruz a los tres primeros, usted va a salir elegido si su primer apellido comienza por la A, porque, como empiece por la Z, lo tiene más complicado que comerse una sopa con tenedor.
Ahora dígale a cualquiera de esos políticos que para las próximas elecciones ceda su puesto en la lista a otro compañero que pudiera traer ideas frescas. Paladeadas las mieles de cuatro años de vida confortable y garantizada, ya no se quieren ir de la política ni aunque les pongan un avispero en el escaño. Y, cuando el chorizo saca a relucir sus habilidades, tampoco se va el responsable de haberlo incluido en la lista. ¿Esto es la democracia?
Los locos pedimos una ley para que nadie esté más de dos legislaturas en política, aunque eso suponga para los que deben sacar esa ley hacerse el harakiri. Otra vez esta risa tonta.
De modo que no se metan más conmigo y tómense la molestia de comprobar si lo que escribo son calumnias o la verdad que se supone siempre en labios de los locos.