Las campanas de las iglesias

Publicado: 12/12/2024
Autor

José Antonio Jiménez Rincón

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Pero oye, tan difícil es adecuar los sonidos a las circunstancias y a lo que marca la Ley del Ruido
Compadezco a todas aquellas familias que residen junto o alrededor de una iglesia. Desconozco cuál es el protocolo o las normas que sigue el campanero o campanillero de los templos, según instrucciones de los párrocos o del Obispado para, según qué hora, qué día o qué celebridad, repiquen más o menos las campanas, bien a mano o electrónicamente. La campana es un auténtico instrumento musical, formado por una especie de copa invertida que emite sonidos al ser golpeada por el badajo. Unas veces son toques cortos y otras son unos estruendos repetitivos que ahuyentan hasta los pájaros. Los devotos feligreses acostumbran a distinguir, mediante los toques de campana preestablecidos, la celebración inmediata de los oficios litúrgicos en las iglesias, sean de precepto, como la misa, o no obligatorios: vísperas, rosario, novena, rogativa o funeral que señalan su número en treinta y tres, recordando la edad de Cristo al morir, repetidas de tres en tres.

El ruido puede ser infernal para los oídos de los que estén o residan cerca de las campanas. Por supuesto cuando están sonando no se le ocurra a usted mantener una conversación con nadie ni llevar a cabo esa llamada telefónica importante que estaba realizando porque tendrá que colgar o alejarse rápidamente del foco ruidoso. Sus características sonoras dependen de factores diversos, fundamentalmente, composición del metal, porcentaje aleatorio y fundición. Las ondas generadas son mejor transmitidas desde altura conveniente y se supone que sin obstáculos en su propagación, razón para establecer los campanarios en torres, por encima de tejados y en espadañas o en la prolongación de pared donde se abre hueco para colocar el elemento sonoro. Pero nada. Se oyen en todos lados.

He vivido la experiencia en la Plaza del Carmen. 11:55 horas de la mañana. Sentado en un banco al sol descansando un rato, recibo una llamada telefónica sobre un problema de una factura que se había devuelto y me estaba creando perjuicios. La llamada era técnica y la economía de su resultado requería de un tiempo de conversación. Mi gozo en un pozo. A las 12:00 horas en punto, el reloj de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, da las doce campanadas como tiene programado. Pero ahí no queda la cosa. Inmediatamente que termina, se monta un ruido repetitivo de clin clon, clin clon o como se le quiera denominar, con una fuerza tal que era imposible entablar un diálogo, no ya el que yo mantenía, sino para el interlocutor que me decía constantemente que no me escuchaba bien porque había de fondo unas campanas muy fuertes.

No sé lo que duró aquello porque a los minutos me levanté y por calles adyacentes huí despavorido de tal ruido, que seguí escuchando en la lejanía. No sé cuánto duraría aquello. Supongo que entre 3 y 5 minutos. Tampoco sé para qué tantas campanadas a esa hora y si se conmemoraba algo, o si se llamaba a misa insistentemente ante la falta de fieles. Lo que no entiendo es cómo los residentes en la Plaza del Carmen y viviendas colaterales soportan tal agresión a los oídos. Debe ser una alegría para trabajadores de noche que duermen de día, para enfermos y para niños autistas.

Las campanas parroquiales requerían, con anterioridad a su funcionamiento, solventar protocolos diversos completados con la bendición del obispo o de su comisionado. En virtud de tales actos se consideraban las campanas bienes eclesiásticos, por lo que para usarlas se precisaba la anticipada aquiescencia del correspondiente prelado. Si éste, respecto a las rutinarias funciones litúrgicas, fueran obligatorias o devotas, delegaba su privilegio en los párrocos en las restantes circunstancias se exigió constantemente la previa solicitud a la autoridad episcopal, cuyas decisiones parecen inapelables ante hipotéticas negativas. O sea, no hay otra.

Y, claro, alguien dirá es que la Iglesia estaba allí antes que los edificios y existen unos protocolos eclesiásticos que marcan los toques de esas campañas. En fin, que sí. Pero oye, tan difícil es adecuar los sonidos a las circunstancias y a lo que marca la Ley del Ruido. O es que las iglesias hacen lo que les da la gana. Porque el que no es creyente no tiene porqué soportar ruidos de campanas, primero porque no le interesa y segundo porque no va a acudir a la iglesia. Conocí a una amiga mía que estuvo en pleitos o al menos en diálogo con la Iglesia de la Pastora porque compró con mucho sacrificio una vivienda junto a ella, se gastó un dinero en reformarla y arreglarla y cuando se fue a vivir allí, no había quien parara en la casa con tantas campanadas a todas horas. Ignoro el resultado, pero creo que con la iglesia topó, como dijo el Quijote.

En el archivo Municipal de Pamplona. Libro de Consultas n: 51, folios 180 y 180 vuelto, hay anotado lo siguiente: “Pero habiéndose principalmente introducido para llamar a los fieles a los actos y funciones sagradas y hacer recuerdo de los objetos correspondientes que determinan cuando se tocan, debiendo servir a estos justos fines el ejercicio moderado y prudente de  ellas, se ha hecho ya común de pulsarlas y voltearlas con la mayor frecuencia y exceso, de día y noche, con notable incomodidad del vecindario, en cuya atención, y en la de habernos expuesto por la ciudad el remedio que esto pide, mandamos se modere prudentemente el insinuado desorden y encargamos se tome por modelo de método que haya de observarse el grave y majestuoso uso que siempre ha hecho de sus campanas Nuestra Santa Iglesia Catedral”. Bien dicho.

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