El eufemismo es blanquear la fachada de una casa mediante una capa de cal, sin haber recogido previamente los desconchados que la misma presentaba. Es cubrir una miseria sin modificar el hambre que encierra.
El año que acaba de terminar se ha jubilado, pero no debe morir ni caer en el olvido de los que lo hemos vivido y soportado. Han sido demasiados los eufemismos que hemos tenido que digerir. Ejemplos no faltan.
Ya habíamos comulgado y admitido que una ruptura del orden constitucional no es un “golpe de Estado”. En nuestro sistema penal no existe el delito de golpe de Estado. También asentimos cuando se nos dijo que para hablar de rebelión o sedición se requiere una violencia manifiesta y demostrable y que la revolución la protagonizan las masas. Que el no haber conjura, secretismo o sorpresa previa, sino claro conocimiento de lo manifiesto, quita todo el valor a la acusación de estos delitos, considerados como desórdenes públicos. El eufemismo surge cuando nos preguntamos: ¿Qué fue entonces lo ocurrido en Cataluña?
La Constitución modifica su artículo 49, eliminando la expresión disminuidos físicos, sensoriales o psíquicos y la sustituye por la de “discapacitados”, esa circunstancia que impide a una persona participar en la sociedad en igualdad de condiciones. La incapacidad es diferente y se refiere a la falta de capacidad de una persona para cumplir con una actividad laboral. Tras las nuevas palabras, ¿ha habido alguna otra modificación? ¿Se ofrece trabajo a este tipo de personas o seguimos solamente con la “limosna” y el olvido, después de tan rancios eufemismos?
Al ser humano inteligente el hacerse pasar por tonto le es fácil. Lo contrario no es posible. No precisa para ello de eufemismos, sino darle al rostro una expresión alelada y al conocimiento una laxitud de plastilina. Es una posibilidad que se adopta en ocasiones en las que no se quiere ni actuar, ni ejercer de protagonista. Pero que un “listo” intente considerarte como un incapacitado, un discapacitado, un tonto, un memo o el eufemismo que se quiera emplear, es algo que debe enojar nuestra ira y responderle al que así te considere con la contundencia que un farsante precisa. Los ciudadanos de este país deben estar alerta, porque la tormenta ya ha lanzado el relámpago.
La amnistía no nos debe hacer olvidar cómo ocurrieron los hechos que se absuelven, sobre todo cuando este absoluto e imperativo perdón recae en personas que no modifican el criterio por el que fueron condenados y que intereses espurios nos presentan tal forma de comportamiento, con el eufemismo de “expresiones de libertad”.
Ya es difícil o casi imposible encontrar alguien en nuestro suelo patrio, que tuviera una edad consciente durante nuestra contienda civil. Los que tuvieron entre doce y quince años -por escoger una edad en que ya quedan muy vivos los recuerdos- estarían por cumplir el centenario, por lo que la población actual, si no se le recuerda intencionadamente, no conoce ni los nombres de los que actuaron en aquella confrontación que, además, y a la vista de cómo se relata actualmente, debió ser muy dispar, ya que solo se habla de víctimas de un lado y parece que en el otro no las hubo, pero la realidad es que no se quiere reconocer que ambos lados fueron igualmente culpables y que los hombres que perdieron la vida cuando las ramas de su juventud estaban dando la flor y se esperaban grandes frutos, eran todos ellos españoles y no solamente afiliados o simpatizantes a determinada idea.
Las guerras no terminan en empate ni aunque se firmen armisticios. Ganó la parte dirigida por un general. Se impuso su forma de gobierno. ¿Qué creéis que hubiera ocurrido si el triunfo se hubiera inclinado hacia el otro lado? No hubiéramos estado abocados también hacia la dictadura, porque el comunismo de aquella época no resistía el eufemismo de llamarse democrático. Seguimos absurdamente quitando nombres, esfinges e iconos, actos que no nos van a hacer más solidarios, solo van a calmar nuestra sed de venganza. Seguimos hablando y ahora pregonando un centenar de eventos que recuerdan los cincuenta años de la muerte de aquel régimen dictatorial. Dicen en las altas esferas del poder que es para recordar los años al parecer terribles que con su gobierno se vivieron, pero si se piensa, si no se es "tonto de capirote", se ve claramente que es un reservorio para obtener votos perdidos, que ya empieza a estar muy quemado. Pero lo más triste es que en lo más íntimo, ellos saben que resuena con fuerza que estos años aún no han hecho olvidar a los de la segunda mitad del pasado siglo. Y se habla de ello.
Seguimos perdiendo parcelas de humor. El poder es agrio. La convivencia ácida. En la profesión hay más reptiles que palomas. En la jubilación más necesidades que ánimos. Ya no se cuentan chistes en las barras de bar o en los trabajos, Quién se atreve a hablar de gangosos, bizcos, mariquitas, parienta, cojos, chinos o negros. La ley podría fastidiarle seriamente su querer demostrar tanto humor. Sin embargo a un Corazón de Jesús en el que creen y al que adoran tantas personas, sí se le puede sustituir su rostro por el de una vaquita, con el beneplácito de todo un consejo de administración de la TVE y de los altos cargos del poder que la dirigen y dominan, porque en este medio de comunicación, nada se improvisa. Como se diría a semejanza con el “ripalda” que estudiábamos de niño, se ha querido aquello como causa para hacer daño y se ha hecho.
Pero no lo sometas a diálogo porque te dirán, como eufemismo, que ha sido una cosa noble e inocente que no altera la libertad de expresión. Y tendrás que poner cara de tonto, memo o lelo, que es un eufemismo rentable.