Los políticos no se quieren enterar que son representantes, cuando obtienen un cargo, administradores y por ello deben responder. Pero nunca dueños, amos, a pesar de su tendencia a comportarse como dictadores plenipotenciarios. El voto es un préstamo, no patente de corso. Y si la democracia fuera plena, serían cesados con más facilidad que elevados al cargo. Se hace un encargo, no se les concede poder absoluto. Sin embargo el alcalde en connivencia con la Iglesia, ha completado el desatino, su capricho, su antojo personal como si el cargo le autorizara expresamente a decidir por encima de todo. No escuchar, no atender. Un mal demasiado extendido.
Es necesario repetirse: una exposición de arte requiere un espacio adecuado, amplio, limpio, bien iluminado además de con luz propia. Un lugar con categoría propia. El Castillo de la Inquisición, lugar húmedo por su situación y tétrico por su pasado, oscuro, irregular, es el peor para una exposición de Arte. Salvo que hayan querido refrendar que este arte es heredero de aquellos abusos, cuyos testigos, la triste piedra de sus paredes y su suelo son los únicos capaces de recordar aquellos crímenes de lesa humanidad.
Pero el Arte, aunque sea sacro, hoy es una actividad sin relación con aquella ignominia, no se entiende el interés municipal y eclesiástico en relacionarlos, más aún, de recordar que “el polvo eres…” del miércoles de ceniza elegido para su inauguración, no puede más que traer el recuerdo de las cenizas enterradas después de la hipócrita “purificación de sus cuerpos en el fuego, para entrar limpios en el reino eterno”.
Los crímenes siempre son crímenes y el trabajo artístico de unos artesanos honrados no debería ser manchado por la sangre de aquel baldón, todavía presente en las piedras de ese sótano, testigo mudo de la mayor infamia. Es necesario recordarlo por segunda o tercera vez para que la fingida sordera municipal quede en su lugar.