Vivimos en la era del yo. De la autoafirmación, de la autonomía radical, de los perfiles cuidadosamente curados en redes sociales donde cada uno es su propio héroe en una épica personal de desayunos saludables y fotos con buena luz. Pero, ¿y si esta conquista absoluta del individualismo no nos ha llevado a la felicidad prometida, sino a una epidemia de soledad?
Esta es la provocadora idea que Mercurio Alba y Fernando Pérez del Río exploran en El espejismo del yo, un ensayo que no deja títere con cabeza al analizar cómo la obsesión contemporánea por la libertad individual ha acabado minando los vínculos familiares y comunitarios. Porque sí, ser libres está muy bien, pero tal vez nos pasamos de frenada.
El libro parte de un recorrido histórico, desde la Reforma protestante hasta el auge de las políticas identitarias, para explicar cómo el concepto de “ser uno mismo” se ha convertido en un fin en sí mismo. En el camino, la sociedad ha ido dejando atrás la familia, la comunidad y las estructuras que tradicionalmente daban sentido a la existencia.
El resultado: un mundo donde cada vez hay menos niños y más gatos con perfiles de Instagram, menos cenas en familia y más personas comiendo solas frente a una pantalla. La paradoja es clara: buscamos desesperadamente la autonomía y, al final, terminamos sintiéndonos más aislados que nunca.
Los autores no se quedan en la teoría. Con un enfoque interdisciplinar, que abarca desde la psicología hasta la sociología y la teología, El espejismo del yo analiza las consecuencias de esta fiebre individualista. Y no son pocas: La soledad epidémica, con niveles de ansiedad y depresión disparados. La crisis demográfica, porque cada vez más personas eligen no formar familias. La autoexplotación, ya que la cultura del “sé tu propio jefe” a menudo significa ser tu propio tirano. El auge de las mascotas como sustitutos emocionales (ojo, nada en contra de los gatos, pero no pueden llenar el vacío de una comunidad real).
Pero no todo es pesimismo. Alba y Pérez del Río también proponen soluciones, y no se trata de renunciar a la libertad ni de volver a un pasado idealizado. La clave está en recuperar el equilibrio: entender que la autonomía es importante, pero que los lazos comunitarios también lo son. Porque al final, el ser humano es un animal social (aunque a veces se empeñe en olvidarlo).