Lo sentimos, Aarón, hay gente así. Gente insatisfecha, gente incapaz, incapaz de enfrentarse a los demás y a sí mismos, que es peor. Incapaces de hablar de frente con los demás, incapaces de hablar, simplemente y por eso hacen hablar a las armas en lugar de ellos. Gente muy valiente… con un arma escondida para sacarla con la bilis acumulada por su propia cobardía. ¿Timidez? Puede ser también. Pero no son sinónimos. La mala
milk acumulada es más peligrosa que un ejército al mando de un loco, de los que tantos ha dado y da la historia.
Con lo fácil que es hablar, preguntar, que es gratis. El camino de empujar una navaja hacia el cuerpo de un compañero de estudios es tan grave como un crimen de guerra. No sería menos si los delitos se midieran en función de la intención y del daño relativo realizado en relación al universo personal de cada protagonista. No sería lógico disculpar “un momento de acaloramiento” cuando se lleva preparada una navaja en el bolsillo. Sin pretensión de superar jueces y juicios, eso más bien debe ser premeditación. Pero es que primero, antes de todo está el diálogo. Quien no quiera saber dialogar no debería tener derecho a hablar, mucho menos a pegar, que a eso nadie tiene derecho.
¿O te crees con derecho a matar a tu antagonista por ser más guapo o más alto, o simplemente, más decidido y alegre que tú? Y encima por una mujer, que sólo es propiedad de sí misma. Eso no es hombría, es
machismo ibérico. El peor. Esa seguridad en un derecho falso, irreal, fabricado a medida de quien lo presume debería ser combatido. Pero haría falta una educación en lo que retrocedemos en vez de avanzar. Porque sobran los planes de Bolonia, hay exceso de tecnicismo y falta volver a las humanidades, a la humanidad. Para que padres y maestros puedan volver a enseñar qué es el diálogo, mucho más eficaz que la guerra. La guerra sólo sirve para robar territorios y riquezas, la paz para construir. Y la navaja ¿para qué? ¿Qué habrá ganado quien la ha usado con tanta facilidad y tan inexistente escrúpulo?