Lo que queda del día

Series de despedida (24 de julio)

Dos series, Los Serrano y Californication, se despidieron el pasado jueves de la audiencia. La primera lo hizo definitivamente, la segunda como colofón a su loca temporada inaugural. Nunca he sido seguidor de Los Serrano; en ocasiones, y en familia, he visto algún episodio troceado (no soporto a la mayoría de protagonistas adolescentes, aunque sí considero acertado el plantel de profesionales, algunos fijos y otros temporales, que han ido pasando por la serie a lo largo de los años), pero el jueves me senté a ver el anunciado “lacrimógeno” desenlace -curiosamente, los medios que con antelación a la emisión utilizaban ese adjetivo, lo sustituían un día más tarde por “surrealista”-. En realidad - ¿Alguien dudaba de que una serie así terminase mal?-, la tendencia lacrimógena fue tan fugaz como los siete años de temporada que se cargó en dos segundos Antonio Resines al comprobar que todo lo acontecido desde el día de su boda hasta su supuesto suicidio habían sido un sueño. Definir, por tanto, como “surrealista” el final de la serie, supone autentificar una autoría artística que, cuando menos, cabe poner en duda; más bien es la excusa exculpatoria para un grupo de guionistas que venían jugando a malabares desde hacía un par de años a la hora de dar sentido y credibilidad a las diferentes historias que animaban cada temporada, hasta llevar a la degeneración a la familia tipo simbolizada cada semana en la cocina de Los Serrano: un viudo alegre, romances incestuosos, padres y madres solteras, cuernos… pues si en Estados Unidos se escandalizan porque en Californication salen tetas y culos en cada episodio, no quiero ni pensar lo que pasaría si vieran a los hermanastros de los Serrano retozando en la cama.

Una vez pasados a la historia, y con apenas tiempo de por medio -a causa de la tediosa acumulación de anuncios que asaltaron la despedida de la serie de Tele 5-, tocaba el turno de conectar con Cuatro, que ha tenido la gentileza de reservar en horario de madrugada (pero en temporada veraniega) la emisión de la esperada Californication -sugerente juego de palabras que ya fue empleado por los Red Hot Chilli Peppers en uno de sus últimos discos-. La serie, protagonizada y producida por David Duchovny (Expediente X), desató todo tipo de quejas por sus escenas y diálogos de carácter obsceno (?) en su país de origen, algo que no tendría por qué extrañarnos, pero que siempre acrecienta nuestro interés a la hora de calibrar la catadura moral media de la audiencia yankee. El hecho de que muestre situaciones (léase “sexo”) poco habituales en series de ficción norteamericanas de presumido prestigio no tiene por qué inducir al rechazo literal y radical, pero ya sea por falta de costumbre o por simple enajenación, lo cierto es que el espectador tipo se sintió insultado desde la pequeña pantalla. Los pechos, los coitos, el sexo desenfrenado, las prácticas sadomasoquistas, las fantasías desinhibidas… forman parte del leit motiv de la historia, pero no es una serie sobre sexo, ni sobre adictos al sexo, como se ha calificado al protagonista -simplemente es un tipo con muy buena cama, por hablar bien… un picha brava, vamos-, sino que procura un retrato generacional concreto, ambientado en un lugar y época concretas. No es, por otro lado, una serie excelente, pero sus cortos 30 minutos por capítulo, su rebuscada selección musical, la presencia de Natasha Mclehone, las posibilidades folletinescas de la historia… crean una especie de pequeña adicción que, sin hacerla imprescindible, casi te obligan a no perderle la pista a este escritor al que ha abandonado su esposa y la inspiración literaria, pero no así su desaliñado atractivo, con el que sigue dando rienda suelta a su extendida fama.

De Californication me chirrían determinados clichés con los que se describe a los personajes, las conductas a las que parecen estar obligados en ocasiones, la buena vida que preside cada uno de sus escenarios…, pero no creo que haga daño a nadie, como tampoco Los Serrano, aunque confío, por el bien de Duchovny, que no se eternice como Resines, para que al final todo resulte un sueño/pesadilla.

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