La escritura perpetua

Felipe VI

El discurso de Nochebuena de Felipe VI fue analizado por la clase política y en las tertulias periodísticas desde muchos días antes de producirse

Publicado: 30/12/2020 ·
11:24
· Actualizado: 30/12/2020 · 11:24
  • Felipe VI en su discurso de Nochebuena. -
Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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El discurso de Nochebuena de Felipe VI fue analizado por la clase política y en las tertulias periodísticas desde muchos días antes de producirse. Las palabras del Rey, pues, estaban contaminadas por opiniones en contra y a favor desde mucho antes quizás de que el propio Don Felipe supiera con certeza lo que iba a decir, en una más de las situaciones absurdas que vive la extravagante política de este país. El discurso, pues, se produjo en un contexto en el que el Rey no parecía estar sentado en una estancia del Palacio de La Zarzuela, sino en las sillas de la obra teatral de Eugene Ionesco. Felipe VI ya advirtió en el acto de proclamación como rey el 19 de junio de 2014 que tendría que ganarse a pulso su prestigio, porque su padre, Don Juan Carlos, había obtenido con todo derecho el favor del ‘juancarlismo’ por su decisiva contribución en la Transición y durante la noche del “sesientencoño”, el 23 de febrero de 1981, cuando Antonio Tejero la emprendió a tiros contra las valiosas pinturas del techo de Las Cortes. Pero el ‘juancarlismo’ consistía en un republicanismo coronado. Don Felipe, pues, no ha gozado nunca del favor del ‘juancarlismo’, que eran republicanos que habían colocado como presidente a Juan Carlos I en una especie de sucesión onírica de Manuel Azaña, sino que además, ahora, tras la travesía del Emérito por Botsuana entre elefantes y el olor adherido a la piel del perfume parisino de la mujer rubia, más la máquina de contar dinero, ese ‘juancarlismo’, decíamos, se ha vuelto decididamente contra la monarquía.    

Nadie podía esperar que Don Felipe llamara “ruin” o “traidor” a su padre bajo el árbol de Navidad del discurso, como si se tratara del detestable cuñado de las nochebuenas de todas las casas después de mezclar whisky Dyc con sidra El Gaitero. El Rey, con elegancia, vino a decir que los principios morales y éticos “obligan a todos sin excepciones” y “están por encima de cualquier consideración, incluso de las personales o familiares”. Don Felipe tal vez podría seguir ahora a rajatabla el reiterado consejo que los sanitarios repiten para todos, y ventilar La Zarzuela, ventilarla, sí, abrir ventanas y puertas para que a ese palacio entre el aire fresco, la brisa de los tiempos, y se lleve las polvorientas motas que flotan aún allí desde los tiempos del Fuero de Los Españoles, y oxigenen todas las habitaciones hacia una Monarquía siglo XXI, con mucha luz y sin cristales blindados, una Monarquía para todos, porque, hay que tenerlo muy en cuenta, en España no hay un Manuel Azaña para presidir una nueva República. 

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