"En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira”. Dice el verso popular. Salvo algunas soluciones falsas porque no solucionan. Como la inexistente cita previa, tan sólo una inhábil maniobra más del poder para simular soluciones incapaces de solucionar. Para empezar, la muy teórica hora de la cita es diez minutos después de la indicada, pues se debe llegar diez minutos antes para volver a pedírsela a una máquina; hora que tampoco se cumplirá, para permitirnos ver pasar a otros que llegaron después, pues tenían la pseudo-cita más tarde. Eso va según los organismos, en cada uno tiene su matiz para darle un poco de movilidad, de color a la cosa -será para añadirle animación, y que no sea tan aburrida la espera-, aunque el principio es común. La cita previa se impuso “para evitar esperas”, pero ni en broma las evita. En el consultorio advierten que la hora es “aproximada”, una aproximación tan relativa, que llega hasta a superar los cincuenta minutos, y hasta más, salvo que “la suerte” de que algunos se cansen y se aburran, o que ni siquiera acudan, sea lo único capaz de acercar la visita a la hora de cita. Comprensible en este caso, porque el médico tiene sólo cinco minutos por paciente y paciente hay que ser para creerse que en cinco minutos es posible atender a un enfermo con un mínimo de rigor. Pero, como “estos” venían a arreglarlo todo, en vez de abrir hospitales cerrados, cierran plantas, despiden médicos o no los renuevan, para poner camas en los pasillos. En los ambulatorios no hay camas, “solamente” disminución de profesionales; toda la que apetezca a los “arregladores de asientos”, irresponsables responsables de la Junta.
La tesorería “mejora” el ambiente: hay cosas que no precisan cita previa, dicen. Pero no porque así permitan ahorrar tiempo, más bien debe ser para mantener el espíritu de las colas; para no perder “viejas tradiciones”. Total: si de todas formas hay que esperar, pues, como “no hace falta” cita, debemos conformarnos con un número como los de antes. Y una espera sin esperanza, que puede durar todo el día, es decir, toda la mañana, horario de trabajo del funcionariado, que está para servir al público… cuando sufre o siente algún problema con la Administración, lo que es sino servirse del público. Un numerito y a esperar que lo nombren cuando estén atendidas todas las citas del día y el encargado de resolver el tema haya vuelto del desayuno (eso sí que es sagrado; eso sí que es serio). Los más sosegados desayunos, los más tranquilos, que los nervios son perjudiciales para la salud y el “populacho” puede esperar. Todo un cúmulo de incidencias para afectar al, o mejor disminuir el servicio al ciudadano, sí. ¿No es servirse del ciudadano?
Y ahora se suman los bancos, faltos de personal, merced a los muchos miles de despidos realizados y otros miles más en el túnel de salida. Los bancos con el dinero de los demás, que los han hecho poderosos, pueden imponer su criterio y sus normas. Para mantener fresco en la memoria que las fusiones se hicieron tan sólo con el fin de mejorar, sí: el poder acumulado por la banca. Viva la globalización, única y exclusivamente globalizadora del aumento de beneficio de poderosos (y poderosas).